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En un bar de Mitla, en el suroeste de México, 11 jóvenes conversan mientras fuman cristal. Uno de ellos cuenta que la paranoia le está comiendo la mente y no para de imaginar a su novia engañándolo. Jorge Aragón, que también es usuario de esta sustancia, le dice que la paranoia surge cuando uno pasa días sin dormir y sin comer. Él sabe que las personas con las que está no quieren dejar de consumir, pero también que pueden hacerlo con menos riesgos. “Lo que necesitamos es información”, piensa, “para que, si se van a dar, no se den tan duro”.
La reunión del bar es discreta, aunque el uso de cristal —el nombre popular que se le da en México a la metanfetamina, droga conocida por sus propiedades estimulantes— es un secreto a voces en la comunidad. En Mitla viven poco más de 13.500 personas, de las cuales el 58% pertenece a alguna nación indígena. Este pueblo árido, de colores pardos, se encuentra en la región de los valles centrales del estado de Oaxaca. La mayoría de la población se dedica a la producción de textiles artesanales, de mezcal, al comercio o al turismo. El mercado de textiles genera una cadena de empleos que incluso ha atraído a personas de otras comunidades para trabajar y que tiene una relación estrecha con el uso de drogas.
La primera sustancia psicoactiva que Jorge Aragón probó en Mitla, además del alcohol, fue la cocaína. Tenía 14 años y, en ese momento, era más fácil conseguirla que la marihuana. En 2012, al pueblo empezó a llegar el cristal. En ese momento, Jorge estaba estudiando Sociología en Veracruz, a 450 kilómetros de su localidad natal. Mientras estaba en la licenciatura, y gracias a sus propias experiencias como usuario, empezó a interesarse en el consumo de drogas como objeto de estudio. Completó cursos especializados en el tema en el Centro de Investigación y Docencia Económica de México y en FLACSO-Uruguay y trabajó con organizaciones que abordan políticas de drogas en Bolivia y Ciudad de México.
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