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El auge del crack barato está poniendo en entredicho la permisiva estrategia antidroga suiza y, en particular, las salas de inyección seguras de Ginebra. Detrás de la estación central de Ginebra, un contenedor verde lima llamado Quai 9 ofrece un espacio donde la gente puede inyectarse, inhalar o esnifar drogas legalmente bajo supervisión médica. El centro cuenta con más de dos décadas de experiencia en el tratamiento y apoyo a consumidores de drogas duras. Pero ha sido incapaz de hacer frente a un repentino aumento del consumo de crack: un derivado barato de la cocaína que puede provocar paranoia y comportamientos agresivos y violentos.
El auge ha desencadenado una inseguridad galopante, que ha obligado a Quai 9 a cerrar temporalmente su «sala de inyecciones» a los consumidores de crack. «Llevamos 20 años abiertos, trabajando con heroína y cocaína inyectada, pero el crack nos ha causado algunas dificultades», explica Olivier Stabile, colaborador de la asociación Premiere Ligne (Primera Línea) que gestiona Quai 9. «No podíamos garantizar la seguridad de los demás toxicómanos, y hemos preferido tomarnos un pequeño descanso», declaró a la AFP.
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